Aprendizaje informal en la red: laboratorios ciudadanos

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Aprendizaje informal en la red: laboratorios ciudadanos

Imaginemos que alguien quiere aprender a cocinar, a coser, a comprender a Kant, a dibujar un plano en tres dimensiones, a distinguir unas plantas de otras, a identificar las estrellas, a provocar una reacción química, a producir un documental, a conocer el porqué de las distintas formas de las nubes, a indagar en la etimología de una palabra, a elaborar un argumento de defensa penal, etc. ¿Qué hará? ¿Un curso en sus muy distintas modalidades formales o no formales? ¿Intentar aprender por su cuenta buscando el libro oportuno en una tienda o biblioteca? ¿O buscar en su entorno más próximo a otras personas que puedan enseñarle?

Ciertamente todos los saberes no son iguales, unos se prestan más a la consulta de información y otros requieren de cierta práctica para adquirir el conocimiento necesario. En cualquier caso, las opciones suelen estar limitadas a formatos rígidos y estructurados (educación formal), a contenidos consolidados (libros fundamentalmente) y a contactos personales (círculos próximos).

En el otro extremo se encuentra Internet, donde tanto la información como las personas y sus deseos de interacción circulan libremente. Donde en principio no hay plazos prefijados para comenzar un itinerario formativo, ni numerus clausus que impidan acceder al conocimiento, ni fronteras espacio-temporales que niegue el contacto a talentos diversos. Internet es el paraíso del autodidacta, del amateur que no ve límites a sus intereses de aprendizaje y del practicante que logra encontrar una comunidad especializada. Internet es la fusión de espacio y tiempo donde qué aprender, con quién, de quién, cuándo, cómo y dónde no está organizado en fórmulas rígidas y semiestructuradas, sino abierto a la negociación de sus participantes.

Por eso, cuando hoy alguien quiere aprender sobre algo, al menos a este lado del mundo, probablemente su primera opción sea acudir a Internet, navegar y bucear, curiosear e indagar, conectar y compartir. Pero Internet es mucho más que una manera de potenciar los cauces educativos que conocemos, es el  territorio donde se están construyendo nuevos saberes y donde se está experimentando una nueva cultura: la digital. Una cultura que emana de valores como la horizontalidad, la transparencia, la colaboración y la sostenibilidad. Internet tiene la magia del aprendizaje informal entre pares y la riqueza de la mejor biblioteca universal. Internet no nos educa pero sí nos hace aprender.

Existe, sin embargo, una profunda y terrible brecha manifiesta entre los procedimientos, canales y cauces de la educación tradicional, aquella que nos rodea en el mundo físico más próximo, y el universo que hemos aprendido a aprehender en Internet. Cómo trazar puentes y cómo incorporar las lecciones aprendidas en ambos entornos es el reto. Necesitamos por tanto satélites de la cultura digital en los barrios, espacios ciudadanos donde se pueda aprender con la lógica de red, donde se pueda practicar con esas nuevas formas de pensar y hacer juntos, donde colaborar y compartir sean las reglas básicas de toda construcción de conocimiento.

Estos espacios son las filiales naturales de la Red, que traen la cultura digital a la calle, traducen los bytes en átomos y extienden sus valores a la práctica cotidiana. Estos espacios ciudadanos no están tanto diseñados para educar como sí para producir, pensamiento y acción, ideas y prototipos. El aprendizaje no tiene por qué ser el objetivo pero sí es el resultado que se extrae de todo el proceso.

Aquí la acepción de la palabra “enseñar” tiene más que ver con mostrar que con educar: no habla tanto de la intención transmisiva como sí de la exploradora, de suscitar y motivar, de provocar el interés por el descubrimiento, de movilizar la deconstrucción, de indagar en las costuras para inventar nuevos patrones, de exhibir en público los vericuetos de esos caminos, de exponer en abierto los resultados de esos procesos y de pavimentar ese recorrido con evidencias documentadas.

Esos espacios ciudadanos no tienen forma de academia, ni de universidad, ni de ateneo. Están, por el contrario, más cerca del laboratorio en cuanto al ritual de lo experimental y al taller como escenario de lo artesanal. Esa mezcla virtuosa transciende los laboratorios de alta ciencia y los hace ciudadanos, a pie de calle accesibles, asumibles, asibles, posibles…

Esos espacios ciudadanos logran trazar viaductos entre el plano de las ideas y la mesa de corte y confección, hacer teoría desde la práctica y al revés: pensando con las manos y haciendo con la mentes. Siempre en gerundio y siempre en comunidad.

Apuntes para un laboratorio ciudadano digital

Son muchas las prácticas que se producen y se demandan en estos espacios ciudadanos o laboratorios digitales. Todas son necesarias y todas imprescindibles para garantizar ese puente digital. Avanzamos algunas de ellas:

La cultura del don: dar sin expectativa de recibir directamente por ello, porque solo dando se puede recibir. Dar significa aprender a donar. Dar significa agradecer y reconocer.

La cultura del tutorial: documentar los avances propios para allanar el camino a los interesados que quieran sumarse al proceso.

La cultura del prototipado: celebrar el error como método de aprendizaje, lo imperfecto, compartido y discutido como solución de mejora, lo replicable como garantía de sostenibilidad.

La cultura de la mediación: ofrecer conectores, traductores que expliquen e inviten a la participación, con la habilidad de incorporar la cultura ciudadana de la praxis y conectarla con la intelectual.

La cultura de la hospitalidad: invitar y acoger al neófito, atraer al afectado, integrar al discordante y celebrar la controversia creando un contexto que haga sentir a todo el mundo en casa, en familia, integrado y parte sustancial de la comunidad.

La cultura exploradora: aprender en la frontera de saberes aún no definidos detectando tendencias en nuevos campos de exploración, en temas emergentes que aún no estén cubiertos por otros espacios formativos.

La cultura de lo colectivo: no se puede aprender si no es en sociedad. El aprendizaje es social por naturaleza y la composición del grupo bajo las claves p2p es básico para favorecer su desarrollo.

La cultura del acompañamiento: diluir la figura de profesor y favorecer el intercambio mutuo con el apoyo de facilitadores o tutores.

La cultura del proyecto: pasar de la motivación a la implicación, incorporando la duda y la pregunta como método de mejora continua. Del querer hacer al hacer. Del proyecto personal al proyecto colectivo.

La cultura de la exposición: la transparencia de los procesos y la comunicación en público como método de evaluación social. Porque para aprender hay que enseñar y no hay más premio que el reconocimiento entre iguales.

La cultura de la diversidad: la riqueza emana de la mezcla, del talento dispar, de la controversia y del enriquecimiento mutuo.

Es, sin ninguna duda, en estos laboratorios ciudadanos en donde se está experimentando con las metodologías del aprender haciendo y del aprender a lo largo de la vida que necesitamos para una cultura digital en red, abierta, transparente y colaborativa. La buena noticia es que estos espacios ciudadanos existen, emergen en las ciudades y construyen puentes para la cultura digital a pie de calle. A veces bajo el impulso de las instituciones públicas, a veces bajo legitimidades públicas de nuevas instituciones.

Este texto es un borrador para las sesiones de los Laboratorios de Internet que comenzamos esta tarde en Medialab-Prado Madrid.