Sentido y sensibilidad en la Red

Una ley no escrita en publicidad suele decir que mejor que hablen de ti aunque sea mal. Pero si alguien me pidiera consejo sobre una estrategia publicitaria, como suele decirse en la lógica, negaría la mayor. Quizá porque con la llegada de Internet han saltado por los aires muchos de los tópicos que antes funcionaban, pero que ahora, en la “Era de Google”, las malas ideas, al igual que las malas lenguas, gozan de perpetuidad digital […] Las malas lenguas, Patologías Urbanas de Javier Castañeda.

En estos tiempos que corren nuestro cuerpo identitario cada vez reside menos en la cuenta bancaria o el DNI y más en una contraseña al uso.  Son dígitos tan manoseados en tantos ficheros de Caprabos y similares, que probablemente ya estén en demasiados bolsillos con agujeros.

Por el contrario, los datos más sensibles hoy en día -y por ello más golosos en términos de mercado-  sean los sentimentales de piel digital: las emociones a través del correo electrónico, de las redes sociales “privadas”, sobre qué nos gusta, qué no nos gusta, a quién queremos, cómo y por qué o qué decimos de nuestro trabajo. Ahí es donde nos va realmente la vida y por ello, lo que nos puede hacer más daño. Y eso no se guarda en legajos amarillentos sino que fluye en servidores que ni sabemos dónde están, pero que tienen “orejas automáticas inteligentes” capaces de “interpretar” el mensaje, poner sus algoritmos a barrer y ofrecernos todo tipo de relaciones y anuncios personalizados.

En la era del storage, el datamining, la ubicuidad y la nanotecnología, es curioso que surjan iniciativas como la que llega desde Harvard: “Que los ordenadores tengan olvido al igual que las personas” (entrevista con su promotor). Más tarde, Enrique Quagliano recogió la idea y lanzó la campaña “Reinventando el olvido en internet“. Tiene un punto entre luddita y romántico. Está claro que la solución no pasa por intervenir en la tecnología para que merme sus capacidades, pero al menos merece la pena preocuparse por su uso.

Los ordenadores no se programarán para la amnesia, así que mejor será que nos programemos nosotros para la prudencia. Retomando esa vieja ley de la que habla Javier y tan propia del efecto “Crónicas Marcianas“, quizás sea tan sencillo como “cuida lo que tú hablas de ti y de los demás”.