Joan Fontcuberta o la pedagogía del arte de engañar

Este fragmento pertenece al programa Cuarto Milenio que toma por cierta la historia sobre el cosmonauta ruso Ivan Istochnikov, que no es más que un clásico fake dentro de una serie del artista Joan Fontcuberta. El propio autor, cuya obra suele tratar sobre la confusión entre realidad y ficción, se mostraba así de divertido al ser preguntado por este desliz en una entrevista en El País Semanal de ayer:

“La verdad es que mi historia les iba como anillo al dedo. No hay nada tan fácil como engañar a quien quiere creer. Cuando tienes la credibilidad tan abierta, te la cuelan. Mira que era fácil comprobar los datos sobre el montaje en Google. ¿Prisas o ingenuidad?”

La “coladura” fue tan burda que, por mucho que en otro programa Iker Jiménez intentara disimularlo llamándolo “leyenda urbana cósmica”, no evita que este montaje artístico desvele a los “verdaderos montajistas”: su equipo y él mismo, quienes haciendo un montaje de un montaje ponen en evidencia su propia falta de rigor profesional.

El artista reconoce que éste es uno de los objetivos de su obra:

“Ofrezco mentiras desactivadas para que el público se prevenga de las verdaderas, de las grandes mentiras. Es como inocular vacunas, para crear anticuerpos. ¿Es una broma mi trabajo? En todo caso, una broma para impedir que nos cuelen bromas como la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Creo que, sin querer en absoluto ser paternalista, hay una componente pedagógica en mi trabajo”

Pensando en el universo creativo de este autor, me resulta muy sugerente que en la página de Iker Jiménez en la Wikipedia se mencione este tropiezo enlazando a una entrada de Joan Fontcuberta que curiosamente está aún por escribir. Y me pregunto si se estará planteando un proyecto de los suyos o esperará a que le reinventen otros. Quizás no sea casualidad, ya que parece que la oficial también está “en construcción”.

Licencias aparte, Joan Fontcuberta es un maestro y una referencia ineludible en los manuales de fotografía analógica. Ahora juega con la digital a la superchería inteligente, como un ácido bufón del siglo XXI que no duda en disfrazarse de “real” para provocarnos con su ironía y poner a prueba nuestra credulidad:

“Mi trabajo es siempre una crítica de la información, de los mecanismos autoritarios en ella: por qué creemos más en la palabra escrita que en la dicha, por qué los museos otorgan impresión de certeza a los materiales que exponen y otros lugares no, por qué hay plataformas que tienen más verosimilitud que otras. Mi quehacer instaura un escepticismo activo. Pretendo colaborar a que la gente sea precavida; a que haga funcionar su sentido común, en definitiva”.

La entrevista se cierra con unas brillantes reflexiones sobre la fotografía analógica y la digital, de cómo ésta traslada la credibilidad al fotógrafo en lugar de al soporte, de su confianza en que las nuevas generaciones serán más críticas porque están más familiarizadas con la manipulación digital y de la poesía que se pierde al eliminar el cuarto oscuro:

“Así es. Ves el resultado inmediatamente, pero ¿qué pasa con la espera poética, la glorificación del deseo, el lapso entre el disparo y la aparición de algo que nos satisface o no? Se aniquila toda esa poética de corte barthiano. Sí, desaparece el cuarto oscuro de los sueños y de los monstruos. La fotografía convencional, analógica, fotoquímica, se inscribe; mientras que la digital, se escribe. La foto digital es más discursiva; la analógica, más testimonial. La foto digital es un medio híbrido, una tierra de nadie”